Los Desposorios de Santa Catalina


Batolomé Esteban Murillo


Cuenta una vieja tradición sevillana que un día una gitana leyó la mano a Murillo, vaticinándole que moriría en una boda
Supersticioso, el pintor dejó de asistir desde entonces a este tipo de celebraciones: era hombre de fe, pero tampoco se trataba de tentar a la suerte, que por otro lado en temas vitales le había sido siempre muy esquiva.

Pero el azar es impredecible.

Así a principios de 1682 se encontraba nuestro pintor subido en un andamio rematando el retablo del altar mayor de la iglesia de Santa Catalina, en el convento de los Capuchinos de Cádiz.
Ya sea por lo avanzado de su edad (65 años), por exceso de confianza, por algún fallo técnico o por pura mala suerte, de repente se precipitó al vacío.

De inmediato fue trasladado a Sevilla, a su casa de la calle Santa Teresa, y puesto en manos de los mejores cirujanos, pero todo intento por salvarlo fue inútil. Los traumatismos de la caída se habían complicado con las hernias que padecía y sólo quedaba esperar la llegada de la muerte, que le alcanzó el 3 de abril de ese año en los brazos de su amigo Pedro Núñez de Villavicencio y de su hijo Gaspar Esteban.

Huérfana quedaba Sevilla de su talento, huérfanas quedaban las musas y huérfano quedaba el arte… junto a una obra inacabada, su última obra, esa que debía haber rematado el retablo de la iglesia gaditana: Los desposorios de Santa Catalina.
La profecía se había cumplido: Murillo moría en una boda.




Bartolomé Esteban Murillo
Los Desposorios de Santa Catalina
Imagen tomada de Wikimedia.org


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